viernes, 29 de junio de 2012

LÚDICO INSTANTE


Resbalando por tu pecho como un barco
va mi mano navegando los cien puertos
hacia los siete jardines sellados del profeta.
Por el amurallado reducto de tu espalda
va mi caricia como un corcel alado
cabalgando praderas de la bella Babilonia.
Marejada de agua cristalina es mi mano,
batidas olas sobre el mar de tu garganta
en sobrevuelo de hambrientas gaviotas.
Y en un instante, hacia la trayectoria
de los gozos, flores de nácar se expanden
Plus Ultra de mi asombro y el mundo me parece
solamente un mínimo planeta desde tu torre de Hércules.





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sábado, 23 de junio de 2012

7º ENCUENTRO DE BIBLIOTECAS DE COLECTIVIDADES

Sábado 23 de Junio de 2012 

Dentro del Programa del 7mo. ENCUENTRO DE BIBLIOTECAS DE COLECTIVIDADES disertó Marita Rodríguez-Cazaux.

La escritora y poeta expuso un fragmento del ensayo "Los niños y las niñas de la emigración gallega". 


viernes, 22 de junio de 2012

EL MARTES SIGUIENTE

                                                                                                          
Como todos los martes él la visitaba. Verla, le traía el paisaje de una infancia que le habían arrebatado.

Como todos los martes ella lo esperaba. Verlo, la volvía al tiempo familiar de mesa completa.

Él, desde que se levantaba pensaba en el encuentro. Esmeraba el arreglo, se lustraba los zapatos, combinaba la corbata.

Ella, temprano, se movía inquieta en la cocina, preparaba los bollos, el bizcochuelo con dulce y la tarta de membrillo. Se lavaba el pelo, se peinaba con las hebillas de carey, se perfumaba.

A las doce ya cubría la mesa con el mantel bordado, los platos de postre y dos tazas del juego decorado. Las cucharitas pulidas, las servilletas de hilo.

Él, tomaba un café en la oficina y leía el diario en el horario del almuerzo.

Ella, a las cuatro menos cuarto se ponía los aros de perlas, y agudizaba el oído.

Él, cerca de las cuatro, compraba un ramo de flores en la entrada del subte. A las cuatro y media tocaba el timbre y esperaba que ella abriera la puerta.

Cuando entraba, le daba un beso en la mejilla.

Ella lo abrazaba y le pasaba la mano por el jopo oscuro de rulos rebeldes.

Él desenvolvía las flores y ella las colocaba en un jarrón de color verde. Lo tomaba del brazo y los dos, llegaban hasta el comedor. Se sentaban a la mesa en los lugares que siempre ocupaban.

Sin hablar, se miraban.

A las cinco y cuatro, ella se levantaba, iba a la cocina y traía la bandeja con la tetera, el azúcar en terrones, la jarra de la leche tibia.

Él se erguía y servía el té minuciosamente para no manchar el mantel impecable.

Ella, cortaba la tarta, ponía un trozo en el plato de él y esperaba que los ojos se le volvieran golosos. Después cortaba otra porción para ella y sonreía.

Él, comía el bizcochuelo de membrillo y se pasaba la lengua por los labios. Detenía la mirada en la cara de ella y sonreía.

A las seis y media el sol de la tarde caía sobre la medianera de ligustros y un fresco entraba por la galería. Entonces ella se cubría los hombros con un chal tejido y él levantaba la tapa de la caramelera de cristal y sacaba dos bombones.

Cuando oían que el reloj de la sala marcaba siete campanadas, él la ayudaba a levantarse y se acercaban al piano.

Los dos miraban las fotos colocadas sobre la tapa lustrosa.

Ella, vaciaba sus ojos sobre la risa de la chica de rulos oscuros y desandaba paisajes. Él, se llenaba del alborozo de la sonrisa perfecta, y traspasaba silencios y ausencias.

Los dos oían al mismo tiempo, los golpes, el atropello, las voces soeces. Las caídas, el arrebato, el llanto.

A las siete y media caminaban otra vez del brazo por el patio hasta la puerta cancel.

Ella sacaba las llaves del bolsillo de su falda gris, se empinaba sobre los pies, lo besaba.

Él se inclinaba, le acomodaba el chal sobre los hombros delgados, le pasaba los dedos sobre la mejilla.

A las ocho menos cuarto ella lo miraba cruzar la calle adoquinada y cuando él, saludaba con la mano en alto y se perdía en el recodo de la esquina, cerraba la puerta.

A las ocho, él esperaba en la estación el tren de las ocho y diez.

Ella guardaba hasta el martes siguiente el juego de té y el mantel bordado. Hasta el martes siguiente, él no compraba flores.

Hasta el martes siguiente, ella entornaba los vitrales de la galería y él no viajaba en tren.

Hasta el martes siguiente los dos pensaban en el martes siguiente.

Porque ella había guardado esa ternura para cuando lo encontrara. Porque él quería regalarle flores cuando la conociera. *      Derechos Reservados. M.R.-C.

MIRARSE SIN VERGÜENZA DE MIRARSE

                                                     A  mi padre, Leandro

Cuánto cielo de paz que me conforma
cuando me miro al espejo cada día
y me cuento que he sido consecuente,
transparente, derecho, decidido,
valeroso y leal conmigo mismo.
Y me inclino con honores a mi paso
y me miro sin vergüenza de mirarme,
sin saberme rebajado ante mis ojos
pues no tengo pudores en gozarme
de haber obrado tal cual como sentía.
Y aunque pague altamente mi postura,
hasta el último escenario de mi vida
sin la careta articulada del cinismo
viviré de esta manera pretendida.
Es posible que delante de mi féretro
solamente se oigan mis aplausos
en el oscuro tránsito del mundo.
Hasta esa carta final he de jugarme
obstinado en serme fiel a rajatabla
para mirarme, sin vergüenza de mirarme.

EL HAMBRE ES CUESTIÓN DE PALABRAS

  La cuchara hambrienta es cóncava.
Pequeña para tanto hambre insatisfecho
y tiene el peso de la poca sopa.

La cuchara hambrienta es vertical.
Y se escurre el caldo por los bordes
cuando trata de llegar hasta la boca.

La cuchara hambrienta es convexa.
Convexa. Análisis exacto,
al fin he dado con la palabra justa.

Ha sido un acierto hallar, por fin,
en el académico diccionario
el complemento circunstancial que la provoca.
Relax.Tranquilidad en el mundo.
Se comprobó al fin, que es la cuchara
por su obstinada personalidad convexa
                                             la causante de hambruna en el planeta.

domingo, 17 de junio de 2012

O MENTIREIRO

HOMENAJE, EN EL DIA DEL PADRE, A LA PATERNIDAD GALLEGA 

Antón tenía doce años cuando su padre marchó a América, embarcado en el Cabo Nord, hacia un mundo pletórico de promesas y bienestar. A la herida de la pérdida, el niño sumó la pena de no poder seguir concurriendo a la escuela por tener que ayudar en las tareas del campo.
A los pocos meses del viaje, el padre escribió una carta. A carón da lareira, la madre y los tres hermanos oyeron las palabras que de América llegaban. Mientras leía, Antón imaginaba la mirada de su padre, todavía hilvanada dentro de su propia mirada, atravesando el monte de carballos hasta los cruceiros, y le parecía oír su acento, cautivo en cada letra, hablando, como solía, de nobleza y de generosidad.
Al tiempo, por una segunda carta supieron que el padre ya trabajaba en una fábrica de hilados y que podían comprar una ternera con el dinero que enviaba doblado entre las hojas escritas con rasgos desparejos pero firmes.
- Merquen unha vitela - deletreó Antón mientras la madre alisaba con los dedos los billetes. Esa misma tarde la mujer y el chico caminaron hasta el pueblo por la estrada con el pensamiento puesto en el abismo de agua que separaba ese paisaje verde y húmedo de la ciudad inmensa que la carta describía.
Al regreso, traían atada a un tiento, una ternera joven de color azafrán. Desde ese momento, Antón fue el encargado de cuidarla.
Empezaba agosto cuando en otra carta el padre mandó comprar dos terneras y otra vez, fue la madre por lascorredoiras a traerlas del mercado de feriantes, el corazón latiéndole como una pomba tenra.
Con tres terneras en el establo, la huerta sembrada y las parras bajas agotadas del peso, el pote en el fornelo fue más humeante, la empanada pudo cortarse en trozos que cubrían el plato y hasta estrenaron botines de cuero.
En el otoño, un nuevo dinero hizo que la madre contratase a dos hortelanos y Antón volvió a la escuela. Cuando entró en la sala, su sitio había sido ocupado por un chico portugués y tuvo que sentarse en un rincón alejado de la pizarra.
Al levantarse para jugar en el patio, Antón vio que el portugués se quedaba sentado. Diaño de parvo, non vai xugar,masculló Antón y le dio la espalda, pero antes de llegar a la puerta, unos golpes flojos sobre la madera del piso, lo hicieron volverse de perfil.
Estirando un brazo, encorvada la espalda para impulsar al cuerpo, el rapaz portugués trataba de erguirse. Con la pierna derecha mazmida, el pie avanzaba torto arrastrándose a cada paso en un giro que le doblaba la cintura estrecha. Parecía que el pie iba a caerle de la pierna en un movimiento desacompasado de la cadera, mientras los hombros, bajaban y subían para sostenerlo en vilo.
Antón pensó en sus correrías por las fincas hasta el monte y en las trepadas al castiñeiro para mirar el sol cayendo como una moneda dentro de la costa. Recordó las tardes de verano, estirado sobre el techo del hórreo, mirando al cielo mientras el millo se despeinaba por el viento leve del oeste.
Todas las horas de clase estuvo Antón ensimismado en un pensamiento triste, porque para él, no había mayor tristeza que vivir dentro de un cuerpo imposibilitado de correr. Una prisión, una vida amputada debía parecerle al niño la vida sin ese ir y venir por los cortejos, subiendo muros de piedra, saltando peldaños.
Distraído, casi no pudo oír las enseñanzas del maestro y al salir de la escuela, aquellas ansias que siempre lo llevaban a correr por la rúa hasta llegar a su casa, se fueron haciendo pasos detenidos, menudos, hasta que el sonido rítmico del andar del portugués, fue acercándose. Pegado a esa sombra quebrada, caminaron juntos hacia las casas.
Por el sendero, el rapaz portugués habló de su aldea, de sus fiestas, de sus paisajes. A Antón no le parecieron muy diferentes de los paisajes de su aldea ni de sus fiestas y una sensación extraña, como la alegría de la estoupada de los foguetes en la fiesta de San Roquiño, le llegó al pecho. Se le ocurrió que podrían ir juntos a la romería de Pontecesures, cuando se acercaran los días soleados, y, sin pensarlo siquiera, le prometió al portugués que lo llevaría a la romería.
- Non quérollo dicir, mais vaite chegar unha sorpesa, xa verás, vaite preparando que imos de ir - le dijo Antón. Y así, soñando troulas, se despidieron.
Más tarde, Antón entró a su casa. La madre tejía sentada en una cadeira baja y cantaba a modiño, boca y dedos unidos filando un dengue de color negro.
- Vaite velas vaquiñas - dijo la madre.
Antón fue al alboio y dio de comer a las vacas. Sacó la bolsa de millo y con la paleta llenó el comedero. El comedero era un cajón alargado y hondo, con dos asas de hierro en los extremos. Antón imaginó que si tuviera ruedas bien podría usarse como un carro. Miró entre los trastos del faiado y en la alzadeira sin encontrar nada parecido a una rueda. Contrariado, esa noche casi no pudo dormir, porque Antón era testán y la promesa no se le iba de la cabeza, al contrario, se le hizo parte del pensamiento. 
- Xa chegará a romaría e de certo, nós marcharemos a traia - le aseguraba Antón al portugués, sentados los dos en laaciñeira, arrojando las bellotas al riacho, mientras le hincaban los dientes a la carne jugosa de un durazno.
Tras las lluvias, en la época de colleita, llegó otra carta. Antón fue a buscarla a la oficina de correos y andando la vuelta, el ansia le hizo rasgar el sobre y repasar palabra por palabra.
- Merquen roupa de inverno, e ¿aínda nós necesitamos roupa de inverno si é verán? - se cuestionó por el camino, mientras un pensamiento le traía nuevas letras y nuevas órdenes desde lejos, en una conversación íntima con el padre. Pasándose un dedo por los labios volvió a cerrar el sobre.
  Con la prisa que mueve el cuerpo cuando llega una carta amada  y lejana, se sentaron la madre y los hermanos a  escuchar las noticias que contaban las letras redondas.
- Merquen un carro e máis un boi - aseguró Antón que mandaba el padre.
- Un carro e máis un boi, eu non sei que máis vaime dicir notra carta – se sorprendió la madre y guardó la carta en elandel de la alzadeira. Al día siguiente compraron un carro de seis estadullos y un buey de rabo corto.
La mujer no se explicaba el encargo del carro, justamente ellos, que tenían poca tierra y la labranza no les permitía ir al mercado a vender ni patacas, ni grelos. Pero estaba claro que si la carta lo decía, era una buena idea y justamente ahora, que Antón tenía metido en la cabeza el capricho de ir a la fiesta de San Xulián. Y como Pontecesures estaba a leguas, supuso que al marido lo inspiraba una inteligencia tan inmensa como el océano que los había separado.
Un amanecer de agosto, caía sobre el huerto un abano de luz al tiempo que Antón en el cortello, enganchaba el carro al buey. Hijo y madre, subieron por el monte de castiñeiros, chocando hombro con hombro en el vaivén, hasta la casa del portugués. A la puerta de la casa los esperaban dos nenos y una nena cativa. Debajo de un sombrero de paño tosco, la cara del muchacho portugués resplandecía.
Por la carretera de Padrón, al batir de las campanas, iba el carro, mientras el chico portugués, los ojos llenos de un milagro de fiesta, cantaba camino a los chiringuitos.
- Ti cantaches, eu cantei, ti como sabes, eu como sei - y volvía a cantar moviendo las palmas sobre un pandeiriño rústico. 
- Tres vacas e máis un boi e máis un carro, xa somos ricos – se alegró la madre cuando se oían los primeros sones de las gaitas y podían verse los faroles coloridos atados a las ramas de los árboles.
- Xa somos ricos, miña nai - repitió Antón y le pareció que la mirada de su padre, cruzaba mundos para entrar en sus ojos, como caricias secretas. Tan secretas como las palabras que traen las cartas de América con ecos agarimosos.

viernes, 15 de junio de 2012

La Inmigración en la Literatura Infantil y Juvenil

Charla

Participan :María González Rouco , Cristina Pizarro, Marita Rodríguez-Cazaux

con la actuación de Tango Para Chicos (Graciela Pesce)

Presentacion y Coordinacion :Cristina Borruto
Asociación Dante Alighieri
Cabildo 2772
martes 26 de junio, 18:30 hs