sábado, 31 de mayo de 2014

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 Por Fernando Veglia
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Tratábase de cuatro soldados imperiales atrapados en el interior de una vivienda. Estaban en la aldea de un país, ubicada a más de veinte mil kilómetros de sus hogares.

La situación era complicada, todo aconteció muy rápido. Por la mañana, un contingente militar salió de la base, en dos vehículos artillados, con órdenes de registrar todas las viviendas de una aldea, llamada Akab. Debían incautar armas y evaluar la hostilidad de sus habitantes.
La misión era justificada. El diminuto lugar era un paso obligado para llegar a la ciudad de Kil Al Assir, donde se concentraba buena parte del ejército enemigo, y los hombres que la ejecutarían eran pocos.

Akab estaba formada por un puñado de chozas rudimentarias, clavadas en el desierto de Oriente Medio. La ruta que comunicaba el océano con Kil Al Assir la dividía en dos, no había otras calles o avenidas, sólo pasillos estrechos, laberínticos, escurriéndose entre casas amarillentas y descuidadas. El Departamento de Inteligencia imperial estimaba que la población era de cincuenta familias viviendo en estado de indigencia. Colaborarían si el ejército entregaba víveres.

Cuando el contingente militar llegó a la aldea la encontró abandonada. Las puertas de los hogares estaban cerradas, el silencio imperaba y sólo el viento del desierto caminaba por los pasillos. Todo indicaba una emboscada. 

Los soldados descendieron de los vehículos, apuntando con sus armas en todas direcciones. Después de aguardar veinte segundos eternos, un oficial señaló una vivienda y seis soldados la revisaron. Estaba vacía. Entraron en nueve hogares más, todos habían sido abandonados. Aparentemente los habitantes habían sido evacuados o habían huido. Era evidente, para cualquier estratega, que los imperiales tomarían el lugar. 

El oficial que dirigía la misión pensó que el enemigo era más astuto de lo que suponía; antes de perder hombres en un combate inútil, entregaba la aldea y ganaba tiempo para organizar la defensa de Kil Al Assir. Claro que el oficial no pensó en los orgullosos hombres y mujeres de Akab.

Los militares estaban distendidos y los vehículos desprotegidos. Habían revuelto todas las casas y no existía amenaza alguna. La confianza los sedujo y muchos hurtaron objetos que suponían valiosos. El oficial aprobó la conducta con su inacción, de todos modos en la guerra no hay robo, ni violación de la propiedad privada, sólo hay guerra, todo está permitido. Por otra parte, quién se atrevería a juzgar las acciones de un ejército imperial.

A pesar de que había llegado la hora de retirarse, los soldados seguían desperdigados por los pasillos y los alrededores; sólo cuatro descansaban dentro de una vivienda. El oficial observó que el desierto tenía arena de diversos colores y sonrió de cara al sol, diciéndose: “Misión cumplida. Hora de retornar”.

Ruido ensordecedor, disparos, gritos en idioma desconocido, gritos de terror, gritos de valor, pedidos de auxilio y un gran estruendo deteniendo, cada veinte segundos, el ruido de la batalla. Luego de seis minutos, retornó el silencio absoluto. Sólo cuatro soldados imperiales habían sobrevivido, estaban en el interior de la vivienda, debían ejecutar la decisión acordada. Se persignaron...


-¡Hijo! ¡Deja de jugar al general y ven a cenar! La mesa está servida.

Jorgito, un niño de doce años, estaba recostado en el suelo, manipulando sus soldados de plástico, más livianos y modernos que los de plomo con los que había jugado su padre.

-¡Ahí voy! -contestó Jorgito.

El niño abandonó los juguetes y fue a la cocina. El noticiero de las ocho informaba que en Oriente Medio continuaban odiándose, que Estados Unidos era potencia, que Rusia era potencia, pero no tan buena como Estados Unidos, que los europeos estaban unidos y eran potencia, que los sudamericanos eran pobres e ignorantes, a pesar de la riqueza natural de la región que habitaban, que el mundo entero era un lugar hostil, pero que de todas maneras había que continuar habitándolo.


                                                              * * *

Relato incluido en el libro Líneas (2005)
Ed. de los Cuatro Vientos 


El presente blog literario agradece al escritor Fernando Veglia permitir la publicación del relato.
Los Derechos y Atribuciones pertenecen a su Autor.

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