miércoles, 23 de julio de 2014

“LA MUJER DE LOS 35″, DE JOSÉ RAMALLO

                                                               Por Marita Rodríguez-Cazaux
Autor y Tapa II
Íntimo Prólogo que merece sustancial detenimiento, regala María Crescencia Capalbo para abrir lectura en “La mujer de los 35”, novela del escritor pergaminenseJosé Ramallo*, cuya cubierta, “La chica de rojo”, es formato de Eva Binetzis Bermudez (Aihtnave).
Oportuna elección de portada porque nadie puede imaginar a “S” de otra manera, o al menos así la debieron descubrir los ojos del protagonista, pues de eso se trata este corpus literario, vivir la búsqueda del color (“un pañuelo rojo que envolvía su cuello”), las luces (“…joven, brillante,…) y las oscuridades (“…oscuro como una noche eterna,  era lacio y lo usaba suelto”) que esa mujer le provoca hasta detonar lo inmortal en los mortales.
La marcha por la historia, ya tiene aviso en el primer capítulo -más allá de las impecables imágenes a las que lleva la escritura pulida de Ramallo- y acerca al abismo humano entre cordura y locura, con reflexión bien entonada “…¿qué sería de los cuerdos sin los faltos de razón?///“…porque si la verdadera e intangible realidad brotara y fuera aceptada por todos, este mundo no sería el que todos conocemos”.
A pesar de este planteo orientador, no hay omnisciencia en quien narra, imprescindible virtud para dejar que el Lector imagine al interno de la clínica mental, habitación 401, Juan Carlos Monzón, que sufre el temor de dormir y no despertar jamás. El desvelo rondando la muerte pareciera ser la ruta por la que se transita hasta el cierre, justamente, donde la muerte llega, peregrina, desde el sueño. Así, es manifiesto en toda la novela un circular e interesante estilo que el Autor maneja hábilmente para provocar la necesidad de seguir las idas y venidas, los cambios de paso y los saltos que el protagonista sortea,  quien declara de sí mismo “qué puedo de mí que no sea que soy un soñador, un ermitaño que se escapó de la cueva de Platón…un individuo que escribe…porque mi mente es un ser metafísico…y me posee y me enajena”.
Avanzando la historia toca escenario la visión femenina, “//…y lo compongo y lo descompongo (el Universo) a mi antojo, pero en su centro está Calipso…//¡…no sé cómo es ella!//Ella es tantas cosas a la vez…”: prototipo de belleza, Mujer posible-imposible, la que le enseña a reírse del paso del tiempo. Tópico que lleva al principio y a la finitud que pende sobre cada hombre y cada mujer desde siempre.
En la página 19, la confesión de Juan Carlos frente a un agente policial, es el punto exacto en que la primera persona se trasunta en tercera, estableciendo de este modo una distancia.
Se convierte en “él” a través del puño que le ordena que lo haga así. Ahora, es el joven Juan Carlos Monzón, que “había terminado sus estudios secundarios y debía  buscar trabajo lo antes posible”. El rutinario empleo le evidencia un mal humor, especialmente en algunos trámites bancarios, sin embargo, en ese contexto antipático, impersonal, es donde descubre a “La mujer de los 35”, donde sabe su nombre, oye su voz, se rinde a su modo de mirarlo.
En ese escenario el muchacho da paso a lo poco cuerdo para comenzar a hacer lo contrario, frente a una mujer que podría ser su madre, o su hermana mayor, estar casada, tener hijos. El primer peldaño que sube -o baja- para modificar el suelo que pisa.  Más adelante, reflexiona sobre la imagen de “amante perpetuo”, “¿Será que el amor sólo les pertenece a los amantes? ¿Será que la felicidad de los amantes se acaba cuando se deja de ser “el otro”… y todo se vuelca en un mundo estructurado y lógico dejando de lado la locura de vivir?”
Vaya incógnita para develar, y por si fuera poco, la actitud de S, quien incita a  “¡No pienses tanto y viví más!//…¿No te he dicho hasta el cansancio que no dependas de nadie para ser feliz?”. Sablazo metafísico que habrá que capear y muy cabalmente en la página donde la palabra Libertad e Identidad llevan letra mayúscula (Y mayúsculo mensaje).
José Ramallo muestra deliberado razonamiento y lecturas que meten leña para mejor hoguera, porque junto con las metáforas equilibradas, hay intertextualidades que pasan a través de personajes que aportan carnadura al texto. Platón, Sócrates, Nietzsche (…porque los sentimientos son involuntarios), Cortázar, (como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estacado en medio del patio) Sabato,(nunca supe si se los reconoce porque ya se los buscaba o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino) y Kafka, Lao Tsé, las Sagradas Escrituras, Cristo, El Santo Padre, los semidioses del Olimpo, los creadores de canciones eternas, artistas como Piazzolla, poetas de tangos gigantes y voces que se volvieron sentidos.
“Quien escribe, se escribe”, y aquí el Autor desnuda al lector que es, ambicioso de recursos, original arquitecto de cuadros sinópticos, ensamblador de pensamientos de distintas culturas. Hay un soterrado manantial que el escritor, por pudorosa humildad, no quiere poner en primer plano, pero se le advierte. Es el territorio al que lleva La Duda y que solamente pisa quien, inconforme con lo mediocre, traspasa lo que puede tocarse para buscar plus ultra, otros paisajes. Vaya como ejemplo este fragmento del pensamiento de Monzón, “Pensar en otra cosa, dejar de pensar ///…dejar de existir según Descartes, si yo no pienso, no existo y si yo no existo, nada más existe (al menos para mí) entonces yo podría salir de este proceso kafkiano…”.
Asumamos que Ramallo, bajo una cobija que no logra taparlo por completo, mete baza en circunstancias sociales, políticas, y pone en boca de personajes como el amigo filósofo, conceptos en los que se intuye su acento.
Finalmente, también el Lector se leerá, porque no cabe otra salida en esta novela, no se puede escapar del personaje y sobre él, no se puede ignorar el enigma de “La mujer de los 35”, y dilucidar si existe o no, si es la misma que atiende en la caja o toma el colectivo y entra en el bar con Juan Carlos, si es la que le manda cartas con palabras que continúan en otras misivas en una suerte de trueque, la que anota el número telefónico en la esquina de un papel arrugado, la que pasea abrazada por Ramiro, la que lo llama para citarlo, y lo besa y le habla de los celos, de la libertad. La misma que se va, o se queda, y es quien organiza la cena y el festejo del cumpleaños número treinta y cinco de Monzón o la que espera cerca de la losa, con pegajosa mirada de gel.  Y aquí, me planto. No se debe contar más, sería desviarle al Lector un placer que tiene derecho a experimentar de primera mano.
Las reseñas, no deben cometer el pecado imperdonable de pegar el salto con red, sino motivar a quitarla, pues es en ese desequilibrio en cuerda tirante el mayor disfrute de un buen libro. Y la novela de José Ramallo, tiene esa calificación. Y sobradamente merecida.

 *José Ramallo (1984)  Escritor nacido en Pergamino. Sus obras han sido seleccionadas para integrar antologías de cuentos cortos en diversas editoriales.
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