jueves, 2 de octubre de 2014

PERIÓDICO IRREVERENTES





EL ÚLTIMO ADIÓS ES EL QUE NO SE DICE


Mujer conduciendo


Se levantó, con ademán seductor separó mi silla de la mesa. Se inclinó y acomodó sobre mis hombros el impermeable rojo.

Caminamos entre las mesas hacia la salida. En la puerta, retrocedió y me cedió el paso.

Abrió el paraguas y avanzó cercano a mis pasos, paralelo al cordón de la vereda.

Cuidadoso, sorteó las baldosas flojas y los charcos para que yo no los pisara.

En la avenida, la luz amarilla titilaba, esperó a que me adelantara y tomándome del brazo me impulsó con suavidad. El roce de su cuerpo era tibio. Cruzamos.

En el estacionamiento entregué el ticket en la caja; él, con un gesto inmediato detuvo mi intención. Pagó.

Saqué las llaves de la cartera y se las di. Él abrió el auto, subí.

Estiré las piernas sobre los pedales, coloqué la cartera junto a mí, me crucé el cinturón sobre el pecho, puse la llave. Bajé la ventanilla.

Inclinando apenas la espalda, acercó su cara a la mía, sonrió sobre mi boca, y me besó. Cerró la puerta.

Puse en marcha el motor, giré el volante, miré por el espejo retrovisor.

De pie, en la esquina, se fue empequeñeciendo mientras avancé por la avenida.

Un encuentro perfecto, pensé al entrar en la autopista.





Con un sensual movimiento de piernas se separó de la mesa y dejó que le corriera la silla. Acomodé sobre sus hombros el impermeable azul. Tragué el perfume que llegaba desde su nuca.

Caminando detrás de mí, entre las mesas, sentí los tacos de sus zapatos en un ritmo menudo.

Al llegar a la salida, sostuve la puerta y ella bajó el escalón hasta la vereda.

Esperó a que abriera el paraguas y ajustando sus pasos a los míos, avanzó, evitando las baldosas flojas y los charcos que yo le indicaba.

En el cordón, la luz amarilla titilaba; tomé su brazo, sentí el roce tibio de su cuerpo a mi costado. Cruzamos.

Frente a la caja del estacionamiento abrió su cartera y sacó el ticket. Con un gesto detuve su intención. Pagué.

Sacó las llaves de su cartera y me las dio. Abrí el auto y ella, en un movimiento elástico, se sentó al volante.

Estiró las piernas sobre los pedales, dejó la cartera junto al asiento, se cruzó el cinturón sobre el pecho, puso la llave. Bajó la ventanilla.

Antes de cerrar la puerta, me incliné. Sobre su boca sonreí. La besé. Puso en marcha el motor, giró el volante, miró por el espejo retrovisor.

De pie, en la esquina, la vi avanzar, empequeñeciéndose en la avenida.

Un encuentro perfecto, pensé cuando entró en la autopista.


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1 comentario:

  1. Me gustó mucho este relato. La voz de cada personaje se hace presente y el encuentro es doble: la historia de la pareja que se encuentra y el relato a partir de esas dos voces. La vida y la literatura: simplemente. Hermoso relato.

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