domingo, 28 de diciembre de 2014

NARRATIVA Y RESEÑAS






EL JUEGO


                                                                                                                     Por Mariana Ruíz

Cartas
Todavía observaba el cuerpo inerte en el suelo flotante de su departamento. Desde el tercer piso, con balcón a la calle y la persiana a medio cerrar, notaba como la leve luz del poste de enfrente iluminaba una escena aterradora. La noche mostraba un cielo nublado sin luna y los ojos desorientados de una mujer desesperada, viendo cómo sus manos bañadas en sangre no paraban de temblar. Aunque esa sangre  no era la de ella.
Unos días antes, para ordenar sus ideas, decidió salir a caminar por el barrio de Flores sin rumbo fijo, un barrio que conocía de memoria. La brisita de comienzos de primavera, rociándole la cara, haría que su mente se aclarase.
Avenida Rivadavia mostraba a sus últimos transeúntes, pocos autos circulaban, las paradas de colectivos estaban casi vacías y los negocios  se vestían de persianas pintadas y candados oxidados. El aroma fugaz de jazmines y rosas, junto a los débiles focos de luz de los puestos de flores, mostraban la cara oscura del barrio.
Dobló en la calle Gavilán y, al cruzar la vía, se detuvo de repente; la presencia de un hombre moreno y robusto, parado en la puerta de una casa antigua, llamó su atención. Decidida y sin rodeos, le preguntó que había ahí dentro. El hombre, sin hablar, se hizo a un lado y la invitó a pasar. Sintió su mirada recorriéndola de arriba abajo.
Un pasillo largo, de baldosas viejas y plantas marchitas, le indicaban la vía a seguir. El murmullo de voces crecía a medida que avanzaba. Llegó hasta una puerta a medio cerrar, la empujó lentamente y los murmullos se convirtieron en voces nítidas. El humo, denso y espeso, era lo único que podía distinguir gracias a la tenue luz que iluminaba el lugar. Alguien la detuvo por detrás, sobresaltada giró y enfrentó a una señorita. Hablándole al oído, le daba la bienvenida y le explicaba las “reglas de la casa”, revelándole de qué trataba cada mesa y en dónde estaba la barra de tragos, por si quería tomar algo. Asombrada, al ver el lugar dónde había entrado, sintió que el destino y la noche la habían guiado hasta ahí.
Mesas redondas con paños de color verde puestos como manteles, hombres exaltados con habanos en sus bocas, vasos de whisky por doquier, mujeres sensuales merodeando, naipes, fichas, dados de todos los colores, un gran espectáculo se proyectada ante sus ojos y nadie parecía preocuparse.
Recordó que de niña su abuela le había enseñado a jugar cartas. Lo poco que apostó lo ganó, era buena en el manejo de mazos.  De regreso al hogar se dijo que volvería a la noche siguiente, y así lo hizo.
El hombre robusto de la puerta se corrió a un lado para dejarla entrar, pero esta vez, no sintió que sus ojos la recorrían. Se dirigió a la misma mesa de juego en que había estado la noche anterior, esta vez era la única mujer. Apostó el dinero de la noche anterior y volvió a ganar, los hombres que la rodeaban comenzaron a desconfiar de su suerte.
Habiendo juntado todo el dinero que necesitaba, no quiso seguir jugando y decidió retirarse. Torpemente tomó las fichas, la cartera y el saquito para dirigirse hacia la “caja” y retirar el dinero.
En su cabeza resonaban voces de culpa. No podía apartar de su mente la sensación de que todos sabían lo que había hecho. La caminata hacia su casa se convirtió en corrida, angustia, llanto. Al llegar a la puerta, sintió que la agarraban por detrás. Una voz, tapándole la boca para que no gritase, le susurró al oído que iba a entrar con ella. Subieron por las escaleras porque el ascensor tenía espejos y la voz no quería revelar su rostro.
Al entrar, la dio vuelta y, tomándola de los hombros muy fuerte, la empujó bruscamente. Cayó cerca de la mesa ratona que había en el centro del comedor, derribando un vaso que estalló en pedazos. Él se inclinó para apretarle el cuello y exigirle  el dinero.
Por un breve instante y mientras la estrangulaba, el foco de luz de la calle develó el rostro del hombre mostrándolo familiar. Buscó la forma de defenderse, la debilidad le impedía alcanzar un vidrio roto. Hizo un esfuerzo, palpando, buscando desesperadamente, y,  a punto de perder la conciencia y con la poca fuerza que le quedaba, lo alcanzó y lo clavó en el cuello del agresor, dando lugar a una catarata de sangre, manchando sus manos, la ropa y todo el piso flotante del departamento.
El hombre, mientras caía, exclamó: -¡Tramposa!


*Cuento publicado por periódico Irreverentes


* * *


NARCISO


                                        
                                  Por José Manuel Ramallo*

   

Atractivo por naturaleza divina, conquistador por mérito propio. Narciso, como así lo apodaron los años y los augurios de su madrina, consagró su vida a buscar un amor digno de su belleza y ego desenfrenado. 

Bibliotecario y amante del arte en general, fusionaba su belleza estética con la de su mente leyendo filosofía oriental. Ajeno a religión alguna, gustaba conversar con practicantes de la fe en Cristo, comparando teología con historia de la humanidad.

La locura del conocimiento provocaba en Narciso constantes inquietudes, no obstante, prefirió ser ambicioso. Buscó obtener paz espiritual y sabiduría absoluta. Para esto, trabó amistad con una chica joven que cursaba su noviciado.

Natali, era pura paz y ascetismo, consagrada absolutamente a Dios, no tuvo reparo alguno en comparar junto a Narciso, las doctrinas de Santo Tomé con Nietzsche, San Agustín con Unamuno, y al mismo Cristo Jesús con Lao Tsé. 

Con mirada provocadora, Narciso le hablaba de la libertad de pensamiento, del amor por una madre, por un hijo y por Dios. Pero, también manifestaba el amor que conlleva entregar el cuerpo propio; cosa que los otros tres amores anteriores no requerían. La provocaba con pequeños roces en sus inocentes manos, la tentaba a desnudar sus cabellos, para que los mismos fuesen libres de jugar a acariciarle el rostro. Finalmente, desterrando mandamientos, la condujo a probar el amor que la Biblia denominaba “fornicar”.

El amor se consumó como las velas del convento, aquellas que se encendían al inicio de sacras lecturas y que, luego, ardían por los gemidos de los amantes. Sin embargo, Natali jamás pudo salir de su esfera religiosa y Narciso jamás obtuvo la paz espiritual deseada.

En este estado, conoció a Araceli. Quizás porque al contemplarla la encontraba bella e inteligente, llegó a creer que ella sería un buen partido para satisfacer sus ambiciones. O quizás se debiese a que ella lo miraba con cierta ternura y afecto excesivo. Es decir, una mirada que sobrepasaba el cariño que se tiene por un simple amigo.
Confidentes, íntimos, almas gemelas en noches de copas, bastaba con que ella se acercase al grupo de trabajo, en donde Narciso estaba pasivamente integrado, y que le dijese “Amigo, necesito hablar con vos a solas”, para que ambos se retiraban a hablar en un lugar apartado, sin importarles lo que murmurasen los demás.
Araceli, siempre coqueta, finamente sensual, divertida y espontánea exclusivamente para él. Todo su ser estaba creado y dedicado sólo para Narciso.
Pese a que lo sospechaba, fue precavido. Sin promesas, su historia de amor con ella, recién se inició con una copa de más, aquella que da el valor necesario a los cobardes de corazón. 


Comenzaron una relación que ya anticipaba una tragicomedia. Narciso le habló de amor, sí, pero le habló de un sentimiento aggiornado entre amistad y pasión. En consecuencia, un amor absolutamente vulnerable. De ése amor le habló Narciso, y ella lo aceptó.
Copas, diversión, arte y fantasías amorosas, literatura provocando debates nocturnos, música para agitar la monotonía, 

Araceli ansiaba un vínculo sin límites, a pesar de que él, ya le había dejado entrever que el amor que vivirían juntos sería un amor de uso descartable, sin estar a la altura del amor incondicional como el que se siente por una madre o por un hijo. Porque a una madre o a un hijo no se los puede dejar de amar jamás, bajo ningún punto de vista, ellos tienen un terreno propio e inamovible en el centro del corazón de cada ser humano. Todos tienen una madre, por lo cual, ese lugar en el corazón ya está ocupado desde que se es pequeño hasta la inmortalidad. Y, respecto al amor que se siente por un hijo, el lugar en el corazón está “reservado”, pues consciente o inconscientemente todas las personas desean tener un hijo tarde o temprano. El amor por un bebé nace antes de que el mismo sea concebido, y eso justifica que aquél rincón del corazón ya esté “reservado”.
 

En conclusión, el amor eterno entre ellos dos jamás iba a producirse. Evidentemente, el corazón de Narciso, ya estaba demasiado habitado como para tolerar la presencia de un nuevo huésped.
Con el correr de los años, las copas se rompieron, la música resultó demasiado ruidosa, los libros eran cursis, el arte plástico no significaba nada más que rayas para un lado y para el otro. Razones por las cuales Narciso abandonó a Araceli y volvió a la soltería.


Julieta, a diferencia de Araceli, no cumplía con ninguno de los requisitos de Narciso. Nunca supo bien qué lo había llevado a poner sus ojos en ella, quizás fuera porque se sentía demasiado solo, o quizás porque había comprendido que el amor apasionado dura apenas un momento y luego es costumbre o hábito. 

Él, estaba plagado de dudas respecto a sus decisiones, pero de algo estaba seguro, había madurado a una nueva etapa. En ese momento de su vida, evaluó que el diálogo, la comprensión y la tolerancia, hacían de una relación amorosa una renovación de contratos bilaterales constantes. El desafío entusiasmó a Narciso, y frente a esta mujer reservada e inaccesible, lo primero que se dispuso a hacer fue desplegar todo su magnetismo.
Fingiendo realizar otras actividades, posaba con hombros anchos, pecho erguido, brazos fuertes y piernas sólidas, para desviar sobre él la mirada de Julieta. Con pocas intervenciones en reuniones de grupos, se dirigía a ella para hablarle de mitología griega y de la importancia de la mujer en la antigua isla de Creta.
Supuso que llamando su atención, provocaría que ella quedase raptada por su evidente atractivo. Así conquistó el amor de Julieta, una mujer madura y golpeada por la vida.
Nunca un hombre estuvo tan pendiente de ella, como lo hizo Narciso. No había un detalle de Julieta que escapase a la atenta mirada de él: su vestuario, su maquillaje, su caminar, su sonrisa, sus perfumes, sus comidas, sus fechas en el calendario. Todo estaba en su base de datos y nada dejaba escapar.
Conquistó lo que parecía imposible. Se sintió Ulises ingresando a Troya, en el caballo de madera. 
Sin embargo, saturado por el constante retorno mental de Julieta hacia su problemático pasado, se negó a seguir pagando por los errores de los “ex” y mucho menos soportar las insinuaciones de ella en su contra. La literatura y el arte en general ya no tenían lugar en su vida, eran postergados a causa del tiempo que demandaba la atención de los hijos de Julieta. 
Finalmente, convencido de rescatar su dignidad y estima propia, abandonó aquel “adoptado concubinato”.

Ahora, varios años después, ve que Natali pudo continuar con su vida, pese a todo el mal que él le provocó. Natali, ama a Dios, al hijo que tuvo junto a un líder religioso que conoció en las misas de los domingos, y a quien por supuesto también sigue amando porque juntos sirven a Dios en familia.
También observa desde lejos a Araceli, actualmente separada y trabajando de manera constante para ayudar su madre, quien le permite vivir junto a ella pese a la carga que significan sus tres hijos de madre soltera. “El amor por una madre y por un hijo…claro…nunca se reemplaza y nunca muere…” murmura Narciso entre lágrimas al recordar lo que fueron sus primeras enseñanzas hacia aquella frágil mujer.
En cuanto a Julieta, más que mirarla desde lejos, Narciso está obligado a mantenerse distante. De acercarse a ella, y si alguien lo viera, podría caer sobre él la venganza, hasta la muerte, por el daño que le provocó: dos intentos de suicidio y una internación eterna en una clínica mental, cuando perdió la cordura a consecuencia de su abandono.
Quizás. Sí, porque nunca lo sabremos con absoluta certeza. Ni siquiera Narciso lo tuvo en claro alguna vez. Por ello insisto en el “quizás”. Entonces, decía que, quizás porque nunca se conformó con nada, quizás porque miraba los defectos de los demás y nunca los suyos, quizás porque acostumbraba elegir a las mujeres buscando siempre la perfección absoluta, sin comprender que la perfección absoluta no existe, y, lo peor, sin reconocer que él también era imperfecto y que su gigante, desmesurado ego, ensuciaba su naturaleza divina.
Esa suficiencia desenfrenada potenció otro defecto en él: el miedo.
El miedo a ser abandonado alguna vez por su pareja, fuese quien fuese. No podía tolerar semejante humillación. Antes de que lo dejasen, prefería huir él, sin razón alguna, humillando y lastimando a la otra persona, antes de que lo hicieran con él.
  

Narciso llegó a la vejez y murió tristemente solo. Nadie lloró la muerte de un hombre, que nunca supo diferenciar el buen amor del miedo.



*José Manuel Ramallo, escritor pergaminense.
Autor de la novela "La mujer de los 35".
Sus relatos integran numerosas antologías y blogs literiarios.

Imagen: Internet


     
                                            RESEÑAS






“JUSEPE EN AMÉRICA”




                                                                                                                          

Jusepe en América

                                                                                          Por Germán Cáceres*
Esta historieta fue editada en 2009 por Gallimard en Francia. Se centra en la travesía que realizó Pedro de Mendoza a través del Atlántico para fundar Buenos Aires el 03/02/1536. Fue miembro de esa expedición el alemán Ulrico Schmidl, que es autor de Verídica descripción de varias navegaciones, en donde narra las vivencias que experimentó durante los veinte años que viajó por tierras sudamericanas. En Jusepe en América se trata con respeto al cronista alemán, pero en cambio Tunica (1983) dibuja al Adelantado como una suerte de reptil repelente que, enfermo de sífilis, sólo codiciaba obtener con la conquista y la colonización, descomunales cantidades de oro, lo mismo que ambicionaba el resto de la tripulación, una colección de asesinos y traidores.
Pero el héroe de esta historia es el personaje de ficción Jusepe, un grumete deforme y casi enano, que se enamora de Elvira, una hermosa mujer que está escondida clandestinamente en una de las carabelas disfrazada de hombre.
El grafismo de Tunica es original, de trazos caricaturescos y colores vivos aplicados con sentido compositivo. Su plumeado es importante para adornar los cuadritos. La viñeta que ocupa la totalidad de la página 29 es de una belleza primorosa – digna de figurar en una galería de arte-, en la que se muestra el desembarco de la tripulación. En realidad todos los personajes –aún Elvira- son monstruosos, como si el artista se hiciera eco de la estética que emplearon José Muñoz en Alack Sinner y Oski en sus ilustraciones humorísticas. Es una manera de asumir el concepto de la fealdad como categoría artística.
Se sabe que Carlos Trillo (1943-2011) fue un eximio fabulador. Este don lo utilizó para ridiculizar a Pedro de Mendoza, en particular, y a la conquista española, en general. Sus diálogos excelentes los desplegó en globos encadenados a la manera de la llamada teatralización del cómic, en este caso muy funcionales narrativamente pese a la extensión de los textos. Asimismo, el castellano antiguo que propuso es convincente. Como es habitual en sus guiones, al promediar la imaginativa historia el lector ya está capturado por su fascinante dinámica.
Trillo es famoso por ser uno de los más grandes guionistas que tuvo el país (entre sus éxitos figuran: Un tal DaneriAlvar MayorEl Loco ChávezLas puertitas del Sr. López,El último recreo, Piñón Fijo, El Negro Blanco, Irish Cofee , Clara de Noche y Cybersix). Pablo Tunica ha publicado dos libros en Francia y en la Argentina realizó numerosas historietas infantiles y colabora en la actualidad en la prestigiosa revista Fierro.

“Jusepe en América”, de Carlos Trillo (guión) y Pablo Tunica (dibujo), (La Editorial Común, Buenos Aires, 2014, 112 páginas)





“Acerca de Roderer”, de Guillermo Martínez

by fernandoveglia
2013-06-13-16-17-54
En un pueblo patagónico llamado Puente Viejo, dos muchachos, el protagonista y Gustavo Roderer, rivalizan desde el momento en el que se conocen. El primero enfrenta la vida, intentando superar cada uno de los objetivos que pretende alcanzar o que le son impuestos y muestra a Roderer como un ser misterioso, enfrascado en una búsqueda implacable y ambiciosa, en una búsqueda que lo aísla del mundo y que hace de lo cotidiano mera superficialidad. La intrigante rivalidad culmina cuando uno de los dos alcanza su meta.
El autor, de estilo sólido y atrayente, nos conducirá hábilmente a través de la obra, sumergiéndose en la inmediatez de los personajes, en la persecución de sus proyectos, en una tácita competencia intelectual, entre la soberbia y el misterio.

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Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962), es doctor en Ciencias Matemáticas. Obtuvo, en 1982, el primer premio del “Certamen Nacional de Cuentos Roberto Arlt” con el libro “La jungla sin bestias (inédito). En 1989 ganó el “Premio del Fondo Nacional de las Artes” con el libro Infierno Grande (Ed.Planeta). Publicó Acerca de Roderer, La mujer del maestro (Ed. Planeta 1998), Borges y la matemática (Seix Barral 2003), obtuvo el Premio Planeta conCrímenes imperceptibles (2003) -traducida a 35 idiomas y llevada al cine como Los crímenes de Oxford-. En 2007 publicó La muerte lenta de Luciana B. – votada por la crítica en España entre los diez mejores libros de 2007-. En 2009 publicó el ensayo Gödel (para todos) (Seix Barral). Colabora con artículos y reseñas en La Nación y otros medios. Fue jurado de los principales premios literarios: Alfaguara, Planeta, Emecé, La Nación-Sudamericana, Fondo Nacional de las Artes.

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Fernando Veglia p/fernandoveglia 

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