domingo, 7 de junio de 2015

NARRATIVA

                                         

E S T A B A      E S C R I T O







                                     Inestable: Tauro y Piscis. Más tolerancia en temas decisivos.                                             Respeten las iniciativas de cada uno aunque vayan por lugares diferentes.

                                                                               Horóscopo (2001) Revista Viva




Apenas veinte días antes ella lo había llamado por teléfono para confirmarle que se aprobaba su postulación como corrector en el diario y la entrevista era el martes siguiente, pero él se negó a ir porque no era su día de suerte y le pidió cambiarlo por otro propicio.
Cuando se presentó esa tarde, le confirmó que el éxito de la gestión había dependido de la fecha y le estaba muy agradecido.
- Ya lo sabía - aseguró, inclinándose sobre el escritorio y bajando la voz, con gesto cómplice, arreglándose la corbata de estrellitas verdes, mientras ella intentaba imaginar como puede alguien comprar algo tan espantoso para el primer día de trabajo.
- No crea que fue un capricho - continuó amigable, mirándola - es que nací un jueves, Piscis clavado y con Venus en la puerta, así que esta semana transformaré mi vida, está en mi carta natal.
Pobre, pensó ella mirando los ojos brillantes y sonriendo con esa media sonrisa complaciente que le servía para terminar las conversaciones inútiles mientras le indicaba, con un gesto, el camino a la oficina donde lo esperaban.
Había pasado más de un mes cuando volvieron a encontrarse en el ascensor, él la saludó y se apuró a salir caminando casi de costado por el pasillo.
Un viernes se chocaron casualmente en la máquina de café. Con el vaso de plástico en la mano, él apoyó su mirada un momento sobre la de ella y apenas la saludó.
El lunes lluvioso volvieron a verse en el guardarropa, mientras cada uno retiraba los paraguas, y él se ponía el impermeable dándole la espalda y se iba sin mirarla.
Es un ordinario, se repitió sentada en el subte de vuelta a su casa, - no cabe duda de que es un maleducado, hacerse el importante cuando lo ayudé para cambiar la hora de la cita porque antes de las tres no quería, o tal vez tenga algún problema, claro, debe ser eso-, se consolaba todavía cuando bajó en la estación y lo vio apoyado en la pared al costado de los molinetes.
- No podía hablarte hasta las seis y media, perdoname, - dijo sonriendo debajo de la barba oscura, subiendo las escaleras a su lado.
- Sos un grosero,- le gritó ella en medio de la calle mientras se apuraba para llegar a la esquina y él se estiraba tratando de abrazarla.
El aliento de él casi le rozaba la cara.
- Pero está escrito, no podés cambiar eso, me enamoro de vos; lo dicen los astros. Y lo más importante, como vos sos Tauro, también te enamorás de mi mientras cruzamos esta avenida. Y nos vamos juntos al fin de mundo. Pase lo que pase,- agregó con voz firme como si fuera el enunciado de un mandamiento.
Entonces entendió. El tipo estaba totalmente chiflado. Absoluta y claramente desequilibrado.
Con el impermeable a medio abotonar y con el paraguas abierto tratando de cubrirla, esquivando baldosas quebradas, con el diario bajo el brazo y el pelo chorreando agua, era la imagen más cómica que recordaba.
- Tiene que ser esta noche, mañana ya tenemos que estar viajando para que todo resulte perfecto,- dijo mientras ella apuraba el paso para saltar un charco.
- Lo más difícil es arreglar en el trabajo, pero no quiero aplazar la salida, mirá, tengo los pasajes - y metiendo la mano en un bolsillo sacó dos cartulinas azules.
¿De qué hablás? iba a contestarle sin compasión, pero lo miró y un aire tibio, desacostumbrado, le cerró la boca. Mientras la tomaba del brazo lo escuchó insistir.
- Será mejor charlarlo sentados en un café, sin apuro, total a mí no me espera nadie y vos estás casi temblando de frío – decía y la empujaba hacia el bar de la esquina.
Cuando se sentaron le pareció que él la miraba por primera vez, con otros ojos, sin los nervios de la primera entrevista, sin el apuro del ritmo de la oficina.
- Pensé que eran grises-, se dijo ella en secreto, cuando bajo las luces del bar se dio cuenta de que eran casi azules, como acerados, y hasta la corbata con estrellitas verdes le pareció que combinaba con la camisa a rayas y el impermeable beige.
- Mirá, me parece que sos muy precipitado - empezó diciendo mientras revolvía el café - tenés que tomar con mayor calma esta situación - continuó persuasiva por temor a desencadenar otro ataque.
Pero él le tomó la mano y le acariciaba los dedos, pasando los suyos como rastrillos por cada uno como si fueran surcos y se detuvo en el antebrazo dibujando corazones invisibles con el índice.
- A las diez te tengo que besar, a esa hora exacta, así que apurate con el café que faltan tres minutos – le avisó.
No puedo creerlo, pensó ella, mientras el muchacho le sostenía la nuca y le hacía cosquillas con la barba sobre la boca.
El beso fue a las diez en punto, y cuando salieron del bar, apoyados en la pared de ladrillos despintados, los besos no tuvieron frenos ni relojes y siguieron abrazados hasta la casa de la chica.
- Mañana nos vemos en el almuerzo pero no te vistas de rojo porque es miércoles y trae mala suerte, y no dejes de bajar al subte por el lado izquierdo para que nada impida nuestro encuentro - aseveró antes de que ella cerrara la puerta.
Cuando volvieron a encontrarse en el comedor de la empresa, él la llevó hasta la mesa del rincón y le pidió que no le hablara hasta el sábado, porque se avecinaban contradichos inoportunos y rencillas.
- No quiero desequilibrar esta relación, así que te llamo el sábado a la tarde y vamos a bailar - se disculpó con un movimiento de hombros.
Lo dejo, pensó ella mientras bajaba las escaleras por el lado izquierdo y se llevaba por delante a los que subían, lo dejo y me lo saco de encima; pero la cara del muchacho se le aparecía en medio de las otras caras y un cosquilleo desconocido se iba apoderando de su voluntad cuando pensaba en él.
Hizo todo lo posible para no pensar hasta el sábado, pero fue inútil y cuando el teléfono sonó, atendió con la voz estrangulada de tanto nombrarlo sin nombrarlo.
Bailaron con música y sin música, enlazados como si hubieran sido creados en un universo astral para encajar como engranajes perfectos. Y más tarde cuando uno en brazos del otro descubría el delicado arte de negociar en el amor, supo que estaba enamorada.
Enamorada del atolondrado, del tipo desquiciado que contaba los escalones y en el trece se detenía, el que prefería caminar por las veredas pares a la vuelta del trabajo, el que revolvía el café seis veces y tomaba el celular con la mano izquierda, la del corazón, para que las llamadas trajeran buenas noticias.
No puede pasarme a mí, que no creo ni en la otra vida, silabeaba frente al espejo cada mañana antes de peinarse raya al medio porque a él le parecía nefasto usar flequillo.
Así, a pesar de su empeño en lo contrario, algo oculto hizo que como él había programado, se fueron de viaje juntos hasta el fin del mundo, que para ella era una playa costera y para él el lugar protegido por Venus a favor de Tauro y Piscis.
Y aunque la vida lo llevaba a la realidad sin permiso y lo disfrazaba de persona común, él insistía en obrar mirando de reojo las cábalas y los horóscopos.
Acostumbrada a su inofensivo esoterismo, siguió las rutas de los pronósticos que él marcaba hasta aquella tarde de setiembre, cuando llegó con la noticia de un viaje que iba a significar el nombramiento gerencial en una importante empresa estadounidense.
Desbordante, insistía que lo acompañara.
- Es mi mes de la suerte, setiembre, y no podemos dejarlo pasar, Manhattan, algo increíble y justo la entrevista en un día capicúa, mi destino se fortalece.¿Entendés?, Manhattan, tenés que venir - y remataba la frase uniendo las manos como si rezara.
- Está bien, me voy con vos – dijo ella y viajaron.
Esa mañana, antes de las nueve, llegaron expectantes a la torre y subieron en el ascensor al piso 23. Ella lo esperó sentada en la salita, cruzando la pierna derecha sobre la izquierda como él le había pedido.
Cuando lo vio salir de la entrevista, acalorado y con el pelo oscuro cayéndole en la frente, los ojos enfurecidos y la boca apretada, se sobresaltó.
- No te imaginás,- le dijo casi atragantándose - apenas crucé la puerta ví ese cuadro mal colgado, como cayéndose, y me acordé del horóscopo que leí mientras desayunábamos,


“Se imponen cambios, no deje de lado un detalle
que será importante en su destino”.

Ella sonrió para tranquilizarlo, iba a decirle que no era tan importante un cuadro mal colgado, pero él la interrumpió.
- ¿Te acordás, no? Justo al entrar, enfrentado a los ventanales, con toda la luz rebotando sobre él, lo veo. Un espantoso cuadro de marco oscuro, torcido, como si estuviera volando sobre la pared y la pintura roja y negra esparcida sobre la tela como una mancha demoníaca, horrorosa, desenfrenada, mientras una sensación de ahogo me subía por el pecho y me faltaba el aire. No podía apartar los ojos del cuadro siniestro y cuando iba a firmar me temblaba la mano, algo que no puedo explicar, terrible, devastador, - aseguró con voz ronca.
Que no se quedaban, que volvían a Buenos Aires en el primer vuelo del día siguiente y que jamás pisaría esa oficina otra vez.
Yo tengo la culpa, pensó ella al bajar en el ascensor y se recriminó de tanta indulgencia.
En la calle, cientos de personas caminando apuradas por la avenida entraban y salían de las torres espejadas, mientras ella se culpaba de no haber podido convencerlo para volver sobre sus pasos y disculparse y aprovechar esa oportunidad única que significaba una mejora imposible en su propio país.
Pero no pudo abrir la boca cuando alejándose de las torres volvían al hotel ni cuando después de empacar se acomodaban en el taxi camino al aeropuerto, porque él recitaba como una letanía las palabras que había leído en el desayuno.
Inútilmente había tratado de razonar sobre sus esoterismos ridículos, él seguía jurando que el cuadro mal colgado terminaría estrellándose contra el piso, y hasta le pareció que la miraba alucinado, aterido de fiebre.
Viajaron en silencio, al menos ella estaba tan callada que él aprovechó para leer el diario y repasar los signos de los planetas cruzando el universo.
Ya en la casa, había empezado a ordenar la ropa de las valijas, cuando él se estiraba en el sillón del living frente al televisor.
Lo más tranquilo, pensó con rabia, y después de tantos gastos, se indignó mientras echaba un vistazo sobre la pantalla, camino a la cocina.
En ese instante una oleada de espanto la detuvo.
Extraviada en medio de las imágenes, crucificada en un sentimiento lacerante que le iba cerrando el pecho, como si le faltara el aire, vio caer la torre donde habían estado el día anterior, la misma que habían abandonado irreconciliados.
Desplomada, resbalándose en una maraña infernal de sombras y de humo. Envuelta en fuego, en horror. Y sobre ese horror, la segunda torre, atravesada por una navaja aérea.
Mareada, un sabor pastoso le llenó la boca. Buscó los ojos de él y al cruzarlos le pareció ver dentro de esa mirada, escenas que él ya había visto. Recordó la expresión de espanto, su temblor.
Entonces entendió que a su lado caminaría por rutas sorprendentes, sin otro pensamiento que los malabares del destino.
Una vida milagrosa, pensó. Eso es lo que tendrían.
Una vida milagrosa, con Venus a favor en el cielo y Tauro-Piscis de suerte en la tierra.


DE AMORES Y DESAMORES

M.R.-C.
Editorial Dunken (2010)









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