jueves, 4 de junio de 2015

PERIÓDICO IRREVERENTES

CUANDO LA CLAVE ESTÁ EN NO ENTENDER NI PÍO

                                                  Por El Gato Pardo
Gato pardo
Para incursionar en viajes de alta mar hay que seleccionar celosamente los bártulos y armar con acierto el petate, cosa de no quedar al garete en el viaje. Se sabe, en cualquier disciplina que nos tiente, habrá que hacerse una ronda previa por otros lugares de cultura. Dicho de otra manera: formarse, para crear sin deformaciones.
Cuando se pasa por alto esta atinada decisión, suele ocurrir que no hay salvavidas que salve: el naufragio es cosa cierta. Ocurre en todas las Artes, y por supuesto, en la Literatura.
El tema viene a cuento porque hace dos semanas estoy dándole vueltas a un poemario que, aunque goza de total originalidad en vocablos que ni siquiera están contenidos en los diccionarios a los que apelo, no logro interpretar.
Esto me inquietó al extremo.
Descifro las evaluaciones de Nietzsche. Leí Demian sin perder el hilo. Torquato Tasso es mi libro de cabecera. Soy capaz de discernir los elementos de la filosofía del derecho. ¿Cómo puede ser posible que no entienda un solo poema del libro de marras?
Lo primero fue echarme la culpa. Intuí que la brecha generacional me inhibía de abarcar el paisaje del poeta. Recabé datos, el poeta y yo, somos contemporáneos.
Luego, acusé a mi fatal costumbre de armar oraciones en forma clásica, semejante hábito ha de ser despreciado por la lírica. Fui  pues, a buscar la belleza en el rompiente de la estructura, pero sin ningún éxito.
Si no es la belleza, veremos lo contrario, me apuré y me quedé en vela para descubrir las penumbras. Fracaso cantado y desvelado.
Como soy testarudo, supuse que el hilo conductor estaría en el ritmo. Transité derecho y revés, andando y desandando, con la mayor atención en descubrir la esperada musicalidad. No tuve más que reconocerme falto de oído.
Mientras asimilaba que el ritmo es lo de menos, me encaminé a lo de más, una infinidad de adjetivos, algunos de procedencia extranjera, esto creo porque figuraban en bastardilla. Suerte perra, imposible acceder a su etimología, Internet los había desdeñado a pesar de que eran numerosos, una verdadera Mesa de Saldos para llevárselos a manos llenas. Ni hablar de los gerundios en cacofonía.
Busca la Voz, me dictó la oculta voz de mi tozudez. El registro, la diferenciación del volumen, el acento del tempo… Irrealizable, impracticable, inasequible en la maraña de hilos altisonantes. Rememoré el acertado “decir menos y mostrar más”, las podas para que las palabras “no hagan ruido”.
¡Ánimo! me enfervoricé recordando la expresión de Nicanor Parra, “Todo es poesía, menos la poesía” y me lancé a la búsqueda del distanciamiento, la enmascarada doble lectura. Si en verdad, la poética es la historia de una decepción, entonces me es dado afirmar que iba por buen camino, aunque sin doble lectura.
La cosa no será tan imposible, la veta debe de estar en el mensaje, retruqué al borde del espasmo.
Acaso, ¿hay necesidad de mensaje?, me recriminó mi interior libertario, siempre en desacuerdo con mis arranques. Enfadado —a pesar de que esta vez se había mostrado bastante condescendiente—, iba a responderle de mi necesidad de encontrarle gollete al asunto, cuando se hizo la luz.
¡Eureka!, grité ante el velo caído. ¡Vaya talento!
Pasmo.
Perplejidad. Incertidumbre.
La vacilación. El titubeo.
¡Caramba, no deja de ser una genialidad provocar recelo ante nuestro propio entendimiento!
Lo dicho, hay que formarse. Es la única manera de entender a un poeta de altura.

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