lunes, 14 de septiembre de 2015

PERIÓDICO IRREVERENTES

LA CASA DE INQUILINATO


Por Loretta Maio*

Inquilinato


                                            “El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado.” W. Faulkner

Treinta y dos peldaños. Los conté muchas veces. Peldaños de mármol amarillento y una curva pronunciada que me obligaba a tomarme del pasamano hasta el umbral sin puerta. A uno y otro lado de la entrada se hallaban un par de habitaciones con techos altos, y viejos pisos de pino que mi madre emblanquecía con viruta de acero y soda cáustica. A la izquierda, un pasillo largo y penumbroso concluía en un pequeño cuarto; frente a él otro de igual tamaño dividido por un cortinado. A unos cinco pasos se abría un gran patio con paredes olvidadas y baldosas color naranja. Estaba bordeado por dos habitaciones, una cocina, un fregadero de cemento, un patético baño y un cantero de ladrillos con malvón, oreja de elefante, gomero, y sobre él un mudo canario.

Me dijeron que la casa de arriendo aún se eleva orgullosa y persiste en la esquina de aquel pasaje que quedó anclado en el tiempo. Sus calles empedradas conservan numerosas historias. Los corroídos balcones con sus voces apagadas revelan crónicas de más de un siglo. Al recordar sus muros, aún varias décadas después, la piel se me eriza: me resurgen fantasmas, memorias de tiempos que fueron sellados por la adversidad, historias de vida que no fueron color de rosa y sueños que no llegaron a ser más que sueños. Pretendía ser artífice de mi destino, imaginando ser la feliz protagonista de una película hollywoodense de los años cincuenta. Me llevó poco tiempo descubrir que la realidad no empataba con mis fantasías. Por algún motivo, ese no parecía ser mi sitio en el mundo.

El inquilinato de Vieyra no podía ocultar (por sus parches en los zócalos) la profusa cantidad de invasores que lo habitaban. Los bichos merodeaban en la oscuridad y carcomían la madera con admirable insistencia. Cuántas noches me cubrí la cabeza con las sábanas por temor a que mordieran mis orejas. Pero un día casi aprendí a convivir con ellos: comprendí que también les era menester un lugar, un hogar…






*Loreta Maio (Laura Mastracchio Delponte) artista plástica, escritora y poeta argentina

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