miércoles, 27 de abril de 2016

PRESENTACIÓN POEMARIO

SIETE MIL ALETEOS

DE CARLA DEMARK



La autora firmando ejemplares



















Carla Demark y Marita Rodriguez-Cazaux


PRÓLOGO


                                                  El mayor milagro del poeta es develar lo oculto de la manera más bella. Y darle vuelo.
M.R.-C.


        Sabemos que los poetas han de lograr milagroso concilio en amores y desamores; puntos cardinales enfrentados en las relaciones y que, sin embargo, no son diametralmente opuestos ante la visión de aquellos que perciben la vida tras cristales que capturan lo trascendental de la manera más bella.
         Leer “Siete mil aleteos”, exquisito poemario de Carla Demark, es participar de milagrosa contienda. Una verdadera aventura porque, como indica Mallarmé, los poemas no se hacen con ideas sino con palabras, y elegir las palabras es un puntual  escollo que el poeta habrá de sortear para no abundar en tropos que quiten realismo.
        Embarcada en esta premisa, la lírica de la escritora argentina, ha destinado talento y sensibilidad para levitar este gigante abismo con cabal éxito. Para esto, transita con soltura la tensa cuerda de los sentimientos y logra abarcar humanidades que a todos son comunes, es decir, las fragilidades de llegadas y partidas que tiene la existencia humana: “Sobrevuelan el puente misterioso en el que el corazón se estira para que otros puedan tomarlo”.
      La descriptiva imagen que plasma su poética podría decirse que tienta al lector como el vértice de una isla. Así, Demark muestra dualidades, desnuda emoción, muta acuerdos, intercambia miradas, pero con tal libertad que se desea rodear tierra firme, bogando en corrientes y oleajes para abarcar su mayúsculo mensaje. Sintonías, musicalidades, juegos de palabras, imágenes desnudas y veladas. Esplendores y cuestionamientos, avanzan por sus estrofas en torno a estímulos de simbolismos y paisajes de dinámica concepción.
         Como expresara Juan L. Ortiz, “la poesía quiebra la función comunicacional del lenguaje” y va mucho más allá recreando un vínculo atenazado en el que hasta pueden desaparecer los vocablos frente a la exaltación de las grandes pasiones humanas. La misma poeta lo confiesa en “Las palabras” cuando afirma que “no son otra cosa que sombras de lo que no se puede decir…” y más adelante en “Al poeta triste”, “las palabras brotan firmes cuando el dolor las hace carne”.
          Esta suerte de desciframiento de la palabra como sustancia es una permanente invitación al lector, quizá porque su obra es permeable a todos los latires, estremecidos corazones que se llevan en el pecho latiendo por los desheredados, los inmigrantes, los solos, los exiliados, los tristes. Tantos como acechan en procura de asilo y de los que se nutre y enarbola su definido estilo.
        A esta altura, cabe reflexionar en torno a la voz lírica, aquella que Gottfried Benn, menciona como el habla de la “voz interna que nadie sabe de dónde viene pero que encamina toda la obra del poeta”, concepto que admite como real el mexicano Octavio Paz, al afirmar que la poesía deja oír “la otra voz”. Estos comentarios son apropiados al momento de definir el estilo del poemario presente, porque es tangible la VOZ que se asoma para asombrar.
        Tras esa voz, van los ecos que subsisten luego de la lectura acoplando la tensión y la música del lenguaje que cita Borges como recurso imprescindible y que le son naturales a la joven escritora, quien maneja la primera y tercera persona con fenomenal acierto.
         El genio que acompaña su magnetismo, impulsa los ritmos del idioma propio para liberar a la poesía de métrica y versificaciones sofocantes expresándola desde la cercanía del sonido reiterado, la propia lengua de la cotidianeidad.
        Amerita reflexionar estos conceptos para seguir leyendo a Carla Demark, porque no deben dejar de percibirse los vocablos dichos a diario aunados a la impronta que los torna bellos y escapados de toda vulgaridad.
        La expresiva poeta logra sublimizar la imagen y seducir con una voz que atraviesa la mitología del Adentro/Afuera, lo que da en llamarse la conciencia poética; vaticinada en “El fin”, “es probable que me vaya cuando mis pestañas estén secas y ya  no pueda traducir al mundo con mis ojos de poeta”.
       Realidad que el lector encontrará sostenida a lo ancho y a lo alto de este poemario. Porque los poemas que se abren bajo su título libertario –desplegados en nuevos títulos en desbandada– han sido dados a luz con este sentimiento que contagia milagros.
      Para clarificarlo valgan los propios versos de la autora, “Y mi cuerpo se eleva y ya lugar no queda para la chica que le temía a la muerte. Y un nuevo corazón rompe su carne en alto vuelo”.
     
                                                                                                                     Marita Rodriguez-Cazaux


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