lunes, 5 de junio de 2017

FRACASADOS ENSAYOS SOBRE ERUDITOS ANÁLISIS



“LA SOLEDAD Y EL LECTOR”, “LECTOR AMIGO” Y “LECTOR A SECAS” 



El ensayo prometía "Abordaje" a todos los recursos literarios y traía la voz de Kafka : “Para poder escribir tengo necesidad de aislamiento, pero no «como un ermitaño», cosa que no sería suficiente, sino como un muerto. El escribir en este sentido es un sueño más profundo, o sea, la muerte, y así como a un muerto no se le podrá sacar de su tumba, a mí tampoco se me podrá arrancar de mi mesa por la noche. Para escribir nunca se está suficientemente solo”.

Fuertes palabras del autor de La Metamorfosis que debí interpretar fuera de contexto por el raudo salto del abordaje al transbordo, sin tiempo para aclimatarme. Un aire frío y agónico pareció entrar en el escritorio.

Me serví un café caliente con la voluntad férrea de seguir interiorizándome de soledad y escritores, totalmente fascinada a esta altura del texto literario por una investigación capaz de penetrar el alma del hermético Kafka, quien seguía soñando con un taller en el sótano de su casa. En lengua alemana, el escritor checo afirmaba que “escribir es como estar en un globo, en una nave espacial, en un submarino, en un armario” pensamiento tan similar a las preferencias de Oscar Wilde (siguiendo el camino del abordaje mencionado) que perseguía hallar en “la ociosidad la disposición para escribir y en la soledad, las condiciones. La concentración en ti mismo te devuelve al nuevo y maravilloso mundo que surge en el color y la cadencia de las palabras en movimiento”, aseveraba Wilde y sus palabras y las de Kafka, me acercaron a concentrarme en mí misma.

Yo también estaba ociosa y con un costado en soledad. Para ser sincera, sola a medias y ociosa otro tanto, pero altamente sorpendida por la infinidad de análisis que depara la imprescindible coherencia entre soledad y literatura, esa isla donde se distingue el pensamiento sublime. Filón insociable que, supe tras la lectura del mencionado trabajo, es eje del temperamento de novelistas, dramaturgos, cronistas, poetas, y todo creador que se precie, tesis altamente comprobada y certificada además en eruditos despliegues que sobre el tema se armaron.

A este descubrimiento era imposible resistirme y terminé cediendo a la osadía que me ocupaba el pensamiento, enfocando mi criterio desde otro ángulo, no ya el del abordaje ni el del trasbordo, sino el del viaje. Que en verdad es lo que hace el que lee la primera línea de un libro y, por supuesto, lo llamé: “El viaje y la soledad del lector”; es decir, la soledad del lector en la lectura de las obras del que escribe en soledad.

Desde un principio mi intención se apartó de causas y efectos del aislamiento, xenofobia, encierro y conductas a miríadas que estudian los psicólogos en la literatura desde variadas latitudes y fundamentos tan concienzudamente armados, por carecer de la capacidad natural para conocer el comportamiento, causas y sentimientos de los demás y no plagiar brillantes ideas publicadas, ni echar más leña al fuego de tanta como arde cerca de los que escriben.

Retiré de mi análisis al corrector literario, oficio que desempeñan (o desempeñaron) casi todos los escritores pero pocos confesamos, tal vez por ser arte que carece de rostro y nombre en las publicaciones, y ahí justamente radica su mayor arte: Poner el ojo sobre un texto que pertenece a otro pero que queremos como si fuera propio. -Perro fiel en los escritos-, como lo denominó Idea Vilariño. Sin embargo, no era ése el lector al que apuntaba mi propósito, pues el corrector puede hacer su oficio, sin vedetismos y miles de veces en medio de un alborotado ritmo editorial, viajando entre renglones ajenos que, al cierre de galeras, recita de memoria.

Mi inclinación era otra y sola y por mis carriles, (porque de viaje y soledad se trataba) convine en que era un acto de rigor para corresponder al modelo sostenido, hacer un esfuerzo y sentirme más sola que nunca. Sin embargo ese lugarcito que, reverencial, se le otorga al escritor, no es el que se destina para el lector y menos cuando es lectora, por lo que debí atender primero a aquellos que sin mí parecen ahogarse en un océano (que por fortuna no son esposo e hijos, pero se les parecen).

Lo dicho, ese silente tabernáculo no lo alcanza el lector y establecer soledad y viaje se complica, por lo que el arranque principal para el tema de mi ensayo, tuvo sus bemoles. Por ejemplo, preguntar a los amigos qué libro recomiendan, con la intencionalidad de no equivocar gustos de última generación y transitar el viaje sin inclemencias. En mi caso, un caos hasta ponerme de acuerdo con sus opiniones y escapar a comprar el libro.

Tampoco es solitario el lugar donde se efectúa la compra, al menos eso me pareció al momento de entrar y pasar entre las estanterías con forma de góndolas de supermercado, entre niños que pegaban chicles en las tapas de los encuadernados, chillidos incluidos que tienen otorgados por ley y esa hecatombe a la que los adultos contribuimos organizados para armar la mayor desorganización en todos los lugares colectivos que compartimos civilizadamente. (Ni hablar de ferias atestadas de curiosos, librerías en shoppings bullangueros, ropavejeros de plazas).

Después de la fila, también inquieta, del pago en caja, donde la cajera se movía como en un casting de baile, con la compra debajo del brazo, fui a buscar un lugarcito para leer sentada a las mesas que ofrecía el salón de la librería céntrica. Pero el trapense silencio que el escritor logra, lo tiene vedado el lector y su viaje y ni qué decir su soledad, pues pensar en quedarse allí para leer fue una utopía y no quedó otra alternativa que buscar un bar para empezar a hojear el libro.

Lamentable, ya ni los bares son lo que eran antes: clima sensible para disfrutar de la lectura y aisladas mesas donde se escribían los mejores poemas. Ahora la atmósfera de los bares incluye televisores altisonantes y gritos futboleros que “el trío de mi ensayo” no estaba dispuesto a permitir y me di una vueltecita por el entorno barrial para encontrar allí, el banco de una plaza o la biblioteca más cercana.

Una pareja chateaba en sus celulares estirada en el único banco habitable de la plaza y la biblioteca había cerrado por reparaciones hasta nuevo aviso. No me quedó otra opción que marchar a mi casa, evitando un transporte público para seguir en soledad, sentarme en el sofá del living y, de igual manera, abrir el libro.

Al momento, crucé un mundo donde la voz del autor se empinó sobre mi propio acento y trama y personajes penetraron en mis umbrales. Una atmósfera compartida abrió ventanales por los que la soledad, fue desapareciendo. Primer mito decapitado y la soledad devastada porque ningún mortal puede sentirse solo leyendo un libro y si el autor buscó soledad, es algo que al lector no le pesa. A él, le basta ese retazo de mundo que le abre la portada del libro, para sentirse acompañado. Para quien lee, ese momento tiene la atmósfera mágica de un teatro colmado en día de estreno y subirá al escenario su propio personaje para que interactúe.

El espacio que separa los mundos del lector y del autor, no existe en un libro. Esa frontera no resiste al oleaje que se bate en las historias y el lector penetrará los horizontes anchos y estrechos que guardan voces y silencios de la selva humana. Será libre sin serlo. Joven y fuerte en lecho de dolor. Apasionado amante en celo. Niño. Rey. Pájaro. Luna.

A partir de esa claridad irrefutable estaba mi lector (y su soledad) más sólo que antes porque, hasta la soledad lo había abandonado.

Sin soledad y con el viaje perdido en tentadoras rutas de autor, mi ensayo programado hizo agua. No quedaba otra opción que el "Lector a secas" (a pesar del agua). Sin embargo, este personaje ya era tierra descubierta que habitaba Internet como viejo mapamundi y tema tan trillado como los atributos personales del escritor y todos los ismos.

Clarificando: se había escrito todo sobre la soledad y los escritores, abordajes y trasbordos incluidos en una cuantiosísima oralidad que hacía honor a los eruditos ensayistas, sabios maestros en decir de la manera más rebuscada todo cuanto pudo haberse dicho de manera fácil. Ni qué decir para el éxito del tratado, las fabulosas citas en latín o persa, donde el lector pierde pie y se hunde convencido de haber leído gloriosas genialidades instantes antes de ahogarse en el océano de letras.

Desalentada, me propuse olvidar el proyecto leyendo un nuevo libro. Y en la primera hoja, encontré la pepita de oro que, milagrosamente, mineros inquisidores no habían descubierto aún. El párrafo de marras destacaba una figura que no había generado ninguna disección sobre su personalidad: era el “Amigo lector”.

No iba a dejar la veta sin hurgar, (la competencia es feroz en plagiar vetas) y decidí trabajar mi ensayo sobre el Amigo lector, ahora bien “a secas”, sin ningún tipo de viajes ni soledades y agradeciendo al escritor ese amoroso nombre en Prólogos y Palabras Preliminares, contrariando cabalmente a quienes opinan que sólo puede amarse lo que se conoce.

Para tan compleja investigación me orienté investigando bibliografías, relaciones que tejieron escritores y lectores en las atmósferas literarias, porque la vehemencia de unos y otros no es tema menor. Supe así que ya pasada la II Guerra Mundial y el auge de la nueva novela, se destacó en los 60 la “nueva novela latinoamericana” y “narrativa americana” donde el lector encontró como eje piramidal un contexto socio-político en ebullición, y un mundo de increíble producción intelectual que se mantuvo en creciente avance con una carga de explosivo talento opuesto a explosivos desastres bélicos y un afán de resolver sentimientos universales buceando en aguas interiores. El que mira el mundo compartiendo mirada con sus semejantes y poniendo en su voz las voces de hombres y mujeres de distinto idioma, debe contar con millones de amigos. Y como hasta el amor y la guerra se excitan y se incitan desde el discurso escrito, a los escritores les pareció buena idea concientizar libertades y convertir al lector en aliado, en otra mente dispuesta a defender los principios que se pretendían enaltecer, acercarlo a los fogones de la imaginación y hacer que ese lector se involucrara en la filosofía social desde todos los ángulos.

Las técnicas narrativas y la creación, en contacto con la tecnología de avanzada, y los adelantos que acercaban las zonas urbanas a las rurales, el cine a las casas, la computación como presencia cotidiana y despejaban la cabeza a los mayores recursos literarios dieron a luz magnificas creaciones literarias que se definen hasta nuestros días por el nombre de pila de su autor. Las letras y los recursos literarios en Latinoamérica y América del Norte, con costumbrismos idiomáticos diferentes de Portugal, España e Inglaterra en el decir americano (y significar) acomodan sus derechos en este tiempo y se posicionan como cultura.

América y sus escritores tienen un destacado lugar en las letras y la lengua rioplatense no retrocede y se establece, definitiva, en poemas y narraciones de altura, espejando una identidad que nos es propia a argentinos y uruguayos. Se otorgan diversos premios en prosa y poesía y el Premio Nobel de Literatura sigue siendo la categoría de los Premios Nobel que más veces ha recaído en ciudadanos latinoamericanos. Justo es decir que este galardón se lo llevó el idioma castellano en mayor cantidad de veces otorgado.

Por ese tiempo las letras ya se habían nutrido del realismo fantástico, mítico, “lo real-maravilloso”, el realismo mágico, y todo vuelo sin fronteras. Quede en claro que desde ese estilo cultivaron una nueva visión sobre los hechos y fueron geniales escritores y poetas, dramaturgos y guionistas con tal tesoro espiritual que dieron alas a libertades mucho antes de que las leyes las otorgaran. Sin duda, hombres y mujeres de valiente pluma con los que era un honor coincidir en el pensamiento y seguir sintiéndose verdaderamente lector Amigo.

Sensibles hombres y mujeres que partían de su patria hacia el exilio, para evitar ser presas de un destino de espanto que oprimió a millones de americanos, porque no se puede olvidar el duelo gigante por los que partieron y no regresaron, años aquellos donde el lector siguió siendo Amigo y confidente fraterno en la distancia.

Detrás de ese infierno que a todos martiriza, llegó una etapa de ligero relax mediático que apartó a muchos de las lecturas, bastante mediocres por cierto, (las lecturas, claro) pero tan suertudos (los autores, claro) que hasta llegaron a ser best-sellers paridos en barrios privados, algo separados de coterránea idea de nación.

Diría escritura poco creativa si bien se analizan tiempos y personajes empeñados en despeñarnos. Pareciera que todo debía ser escrito para que la cabeza pensase menos y, de ser posible, no pensara lo que tanto habría que haber pensado, por lo que en realidad podría definirse como literatura con pecados de omisión.

Bajo mi absoluta responsabilidad opino que, salvo honorables eximidos, la premisa que dio talentos de la noche a la mañana podría haberse publicitado como “Pan y Circo Literarios” porque, a no dudarlo, esos afamados narradores de toda especie y latitud eran unos seres privilegiados del Olimpo que vendían sus creaciones como pan recién horneado en un circo pintoresco, de gradas colmadas, que los aplaudía enardecido. Baste recordar el recordar esa década (también infame) y aplicarnos el escarmiento del utópico “Todo por 1 Peso” y la farándula política, económica, educativa que enalteció las hojas de aquella historia.

Es lógico que el meritorio grado de Amigo lector, en ese contexto halla brillado por su ausencia, porque el refrán “Dime con quién andas...” abrió los ojos de muchos y a nadie, le gusta demostrar poca sesera. (Eufemístico adjetivo para no desembocar en un altercado enojoso)

Y, cerrando almanaque hasta nuestro tiempo, “veinte años no es nada” como dice el tango. Lo que se demuestra que las letras de tango son verdades como catedrales, y que de esa época errática muchos nombres ya son nada.

Hoy, después de semejante experiencia aleccionadora, la gente no se engancha con algo que le disgusta y no hay título que tiente si no lo sostiene buena trama. Nadie quiere ser Amigo Lector por obligación, pues ser inquilino sin leer todo el contrato trae malos resultados y tristísimos para autores cuyo recurso es un piropo para hacer circular un mal libro.

Hombres y mujeres quieren encontrar lecturas sustanciosas, y no se enamoran del autor de onda sino de la disciplina narrativa y quieren establecer romance desde el mensaje. Exigen sustento, originalidad, armonía. Altura y profundidad. Coherencia con el pensar y el obrar, que de eso se trata escribir para que otro se tiente en seguir siendo Amigo y Lector y, por esa condición, nudo apretado, sensible y continuo.

Este indiscutible enunciado hizo caer al segundo mito, y de bruces, porque no hay nada peor que atropellarse con las propias piernas: Es decir que mi ensayo ahora se reducía a El Lector, y bastante encogido por el golpe. 


Me encontré para este nuevo proyecto con la cruel dificultad de no encontrar casi nada más que un escurridizo perfil sobre los libros, pocas manos apretando las tapas, pocas caricias deslizándose por las hojas como si fueran espaldas de amante, y la sensación de que si no hacemos algo, hasta perderemos esa eclipsada sombra sobre las letras.

Las publicidades invitan a leer virtuales ediciones y aunque Eduardo Galeano predestine que el libro-papel no va a perderse, se están perdiendo lectores. Al escritor uruguayo es placentero leerlo, y un verdadero viaje de ida y vuelta por sus escritos es dinero bien gastado, pero la tentación virtual de Internet mata galán (o Galeano, en este caso) y mi ensayo iba por caminos vallados.

Sin soledad, sin viaje y sin lector, un ralo panorama me tentó a una caminata “descontracturante”. Salí a dar la vueltita al perro. Por el camino tropecé con un muchacho de barba y pelo atado en una colita.

- ¿No ve por dónde camina? - dijo con voz joven, (ese acento que tenemos todos a cierta edad y perdemos sin telegrama de renuncia) y se agachó a levantar de la vereda un librito de tapa blanca y negra, “Diario de un mal día” de Coetzee.

Mal día para mí, pensé al acordarme del personaje del escritor invitado a colaborar en un volumen de ensayos titulado Opiniones contundentes.

El muchacho siguió su camino y yo llegué hasta la esquina y entré a casa. Fui al escritorio, me senté a la mesa, abrí un archivo.

“Habrá nada sin el libro”. Y cerré el ensayo.

Al fin, sería ahora más liviano cargar con ausencias y tragedia, y con ellas ir por el camino, hallándonos y tratando de hallar al otro, alejados de mitos quebradizos y eruditos ensayos que poco importan a la hora de descubrir íntimos mundos y libertades.

Sin más arma que un libro, para penetrar las cuevas donde habitan las inquietudes humanas, las preguntas desnudas. Las emociones más complejas, las miserias y la dignidad del alma humana. La vida, el amor, la muerte. El primer día y el último.*



* * *

Los escritores latinoamericanos que han recibido el Premio Nobel de Literatura son, hasta la fecha, Gabriela Mistral, en 1945; Miguel Ángel Asturias, en 1967; Ricardo Reyes conocido como Pablo Neruda, en 1971; Gabriel García Márquez en 1982, Octavio Paz, en 1990 y el último Mario Vargas Llosa, en el año 2010.

IMPORTANTE: Todas las fuentes han sido obtenidas por Internet y todas pertenecen a sus creadores. La intención es exponer, explayar, compartir el libre recurso de Internet sin recibir a cambio pago o contribución alguno. La autora.

*(FRAGMENTO) Derechos Reservados. M.R-C.

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